Por R.A. Ramírez Báez
Ayer, pase la noche leyendo dos poetas: uno ciego místico y otro que exhala la palabra como sustancia viva del alma. Hablo de Borges y Paz. Me detuve en un poema de Borges que hace referencia, confesión y desafía: El Otro, una versión de ese otro “Yo”, que siempre vivió incrustado en alguna esquina de Borges. Y me quede ahogado en uno de esos poemas de escasas palabras de Paz. Y para escapar de aquellos tormentos revestidos de tinieblas acudo al candelabro de Jorge; miro hacia la oblicuidad de la vida; luego a ese pesimismo que el eximio poeta de San Juan, traduce, denuncia, y enfatiza con voz metálica de guasábara sureña: “El ultimo lugar en la escala de valores materiales en las artes lo tiene la condición de poeta”. Nada mas terrible; nada mas conmovedor, diría Maikovki; Neruda cantaría Oda al Tomate; Eseny busco una salida trágica: se corto las venas; Vasho se ahogo en una laguna donde vio la luna desnuda con las caderas de adolescente. Yo, que no tengo la grandeza profética de Jorge, acudo a su candelabro en medio de una ciudad atrapada en la violencia y me pregunto: ¿Qué haría yo en Santo Domingo sin Mir? Y, es que dilecto amigo alguna vez, Mir me hizo sentir, apreciar y atesorar que el Poeta esta exento, exonerado de bienes materiales. Homero que escribió la época mas entretenida de la humanidad sigue su danza en la posteridad. Ahí, allí, navegan los Grandes poetas, sin medir, sin valor la intensidad de la materia. La gloria y la eternidad son Alcadia y Olimpo del Poeta.
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